Ya he escrito antes sobre el tema; el lector interesado puede encontrarlo al margen, en la ‘etiqueta’ ‘Sant Llorenç del Munt’. Posiblemente abunde en lo ya expuesto en otros momentos, pero tal vez de esta manera se perfilen con más claridad las ideas.El último paseo, con los amigos Jordi y Cèsar, fue por una loma rocosa, llamada ‘Els Emprius’, del sector nordeste del macizo, nombre de raigambre latina, muy extendido y arraigado.
Allí pudimos verlo muy bien y se me ocurrió hacer la pregunta a los amigos, procurando soslayar, en realidad sin saber cómo, el carácter que tiene, de pedantería de profesor, formular, en voz alta, una pregunta así.
La pregunta sería: ¿cómo se forman esos islotes de vegetación cerrada en un entorno de pedregal absolutamente desnudo? En la imagen creo que se puede ver bien. En esa loma hay algunos manchones de encinar achaparrado, de muy escaso vuelo, de rebollos -cómo no! -, que en su interior llevan, no obstante, algún elemento del encinar maduro, como Ruscus o Viburnum.
Esas lomas fueron, en otros tiempos, pasillos de movimientos y actividades diversas, desarrollados durante largos períodos de asentamientos y aprovechamientos.
Pero esos manchones de vegetación arborescente están completamente rodeados de pedregales desnudos, esos conglomerados muy masivos que solamente están salpicados, allí en donde no muestran una desnudez total, de algunas muscíneas, suculentas, geófitos, etc.
Y lo bueno o llamativo del caso es la definición, porque esos manchones de fruticetum/subarboretum tienen sus límites perfectamente perfilados, definidos.
De modo que, ante estampa tan llamativamente polarizada, no se me ocurre otra salida que meternos por el sendero del ‘umbral’.
Se trataría, creo, del sensible umbral de la pobreza, en el cual la pobreza pierde su naturaleza y se convierte en desierto. En esa transición el declive es imparable: pauper-pauperrimus-nudus.
Pero, ¿cómo sucede ese tránsito calamitoso? Creo que es difícil, el tema, pero eso es el meollo de estas notas.
La ‘precipitación’ -caída en picado- de esa transición tendría relación, a mi modo de ver, con el substrato. Comparo esas rocas con el turrón de alicante; las almendras serían los guijarros, mientras que el azúcar coherente del turrón serían las arcillas, componente de fracción fina, articulado con las arenas - serían, en la imagen, los trocitos de almendra-, que dan carácter singular a esas rocas, puesto que, debido a su plasticidad, gobiernan su cohesión, impidiendo la obertura de grietas y anfractuosidades, accidentes que, propios de otro tipo de rocas, suelen ser cobijo y nicho muy favorable para la vegetación.
Sabido es que las rocas masivas, de nula o escasa inclinación, son el nicho de la vegetación de comófitos -exocomófitos-, la plantas que viven en capas somas, o muy somas, de simples detritos de roca y material de remoción, en donde solo pueden criarse, en el mejor de los casos, suelos incipientes.
Suelos destituibles. Tal vez ahí tendríamos una de las claves de la precipitación edáfica calamitosa, que culmina en la desnudez lítica. Las comunidades de ese estadío comofítico no tienen apenas articulación -probad de coger una pequeña suculenta Sedum y podréis ver, al punto de su precaria fijación, el paupérrimo desarrollo de sus raíces- y son, naturalmente, muy fácilmente destituibles.
Y lo bueno o llamativo del caso es la definición, porque esos manchones de fruticetum/subarboretum tienen sus límites perfectamente perfilados, definidos.
De modo que, ante estampa tan llamativamente polarizada, no se me ocurre otra salida que meternos por el sendero del ‘umbral’.
Se trataría, creo, del sensible umbral de la pobreza, en el cual la pobreza pierde su naturaleza y se convierte en desierto. En esa transición el declive es imparable: pauper-pauperrimus-nudus.
Pero, ¿cómo sucede ese tránsito calamitoso? Creo que es difícil, el tema, pero eso es el meollo de estas notas.
La ‘precipitación’ -caída en picado- de esa transición tendría relación, a mi modo de ver, con el substrato. Comparo esas rocas con el turrón de alicante; las almendras serían los guijarros, mientras que el azúcar coherente del turrón serían las arcillas, componente de fracción fina, articulado con las arenas - serían, en la imagen, los trocitos de almendra-, que dan carácter singular a esas rocas, puesto que, debido a su plasticidad, gobiernan su cohesión, impidiendo la obertura de grietas y anfractuosidades, accidentes que, propios de otro tipo de rocas, suelen ser cobijo y nicho muy favorable para la vegetación.
Sabido es que las rocas masivas, de nula o escasa inclinación, son el nicho de la vegetación de comófitos -exocomófitos-, la plantas que viven en capas somas, o muy somas, de simples detritos de roca y material de remoción, en donde solo pueden criarse, en el mejor de los casos, suelos incipientes.
Suelos destituibles. Tal vez ahí tendríamos una de las claves de la precipitación edáfica calamitosa, que culmina en la desnudez lítica. Las comunidades de ese estadío comofítico no tienen apenas articulación -probad de coger una pequeña suculenta Sedum y podréis ver, al punto de su precaria fijación, el paupérrimo desarrollo de sus raíces- y son, naturalmente, muy fácilmente destituibles.
De modo que, así expuesto, esos primeros estadíos de vegetación de comófitos quedarían, en algunos casos, simplemente anclados, y no evolucionarían o se mantendrían inestables; en otros casos, los arruinarían los factores ambientales; y solo en condiciones favorables, allí en donde las semillas de los matorrales de jaras y romero puedan germinar y luego medrar, sería posible la evolución positiva del suelo y de la vegetación leñosa.
Tomado como referencia ese estadío exocomofítico, veamos el desarrollo, el positivo -crecimiento- y el negativo -empobrecimiento.
En las versiones más pobres de esa vegetación exocomofítica ya no hay apenas caméfitos ni geófitos; puede haber suculentas Sedum, salpicando las almohadillas de muscíneas xerófilas, a menudo ornadas con las atractivas estructuras, fruticuloides, de algunos líquenes, Cladonia foliacea, etc.
Costras abrasivas. En un estadío más depauparado encontramos uno de los sellos más curiosos de la vegetación del macizo, las costras negruzcas, a veces azuladas, normalmente resecas, de cianobacterias liquenizadas, en donde creo que abundan los líquenes Collema i las algas -cianobacterias- Nostoc.
También esas costras habría que relacionarlas, directamente, con el tipo de roca y su carácter masivo: muy pronto se puede apreciar, observando los conglomerados, que esas manchas alcanzan mayor desarrollo en los pasadizos por donde discurre la mayor parte del agua de lluvia y, tal vez, allí donde, en su precipitación, esos flujos, en general muy espaciados en el tiempo, adquieren mayor concentración.
Ese estadío merecería, a mi manera de ver, una especial atención -me refiero, al menos, a su estudio-, puesto que de su acción abrasiva sobre las rocas dependen los iniciales procesos edafogenéticos.
Herbáceas conservadoras y ahorradoras. En dirección contraria, de mayor evolución, complejidad y desarrollo de la vegetación, se pasa, más allá de los comófitos, al dominio de los matorrales de fruticosas de semilla, sobre todo jaras y romero. Sin embargo, a menudo en ese tránsito es importante la articulación debida a la acción de algunas cespitosas -Heteropogon, Koeleria, Hyparrhenia- y algunas plantas especiales -Ferula-, que muestran una notable capacidad para retener sedimentos y algo de humedad.
¿Es posible ver si esas comunidades van a pérdida -empobrecimiento- o a ganancia -complejidad? Creo que en general irían a ganancia o recuperación, es decir, aumento del desarrollo periférico de los matorrales, tanto los de matas de semilla –‘brolles’- como los de arbustos cundidores. Sería lo natural, en general, si se atiende al retroceso y desaparición de usos y explotaciones pretéritos, que causaron el desmantelamiento de la vegetación, en especial la establecida en suelos magros, destituibles.
Eso sí, actualmente habría que estudiar el impacto de algunas prácticas, muy recurrentes y establecidas, como el tránsito de bicicletas en zonas rocosas -es más conocido el daño que causan en los caminos de vegetación más desarrollada.
Volvamos al punto del contraste, en un mismo lugar y por tanto en un mismo ambiente, entre desarrollo cerrado de la vegetación y desnudez. ¿Cómo podría interpretarse? Tal vez por avanzada en bloque. Lo que sigue es solo hipotético.
Microtopografia. Esa vegetación de comófitos tendría, como es natural, un componente algo azaroso i inestable: allí donde, muy localmente, las condiciones ambientales permiten que se depositen algunos sedimentos, ya sean transportados o producidos in situ, aunque sean más pequeños que una almuerza, pueden germinar y arraigar los Sedum y algunas matillas primocolonizadoras.
Crecer en islas. En condiciones favorables: poca exposición a factores erosivos destructivos, como viento, pisoteo, etc., al reparo de esa vegetación de carácter precursor, puede desarrollarse mejor el suelo y permitir una evolución mayor de la vegetación.
Pero, lógicamente, esas unidades o células de desarrollo tendrían una evolución radial y un crecimiento a modo de islas, puesto que es en la zona central de cada unidad en donde es mayor la protección y, asimismo, mayor la posibilidad de crecimiento del suelo, condición indispensable para el arraigo de los fanerófitos.
Tal vez eso podría explicar ese crecimiento de la vegetación en unidades, células o manchones, perfectamente definidos.
¿Y el umbral que precipita la desnudez, el desierto? Solo se daría en condiciones desfavorables, allí donde esa vegetación precursora, de suculentas, muscíneas, etc, no puede, en condiciones naturales, avanzar y desplegar un mayor desarrollo. Creo que pueden incidir mucho algunos factores, como, por ejemplo, incendios, períodos de sequía o exposición a erosión eólica, que pueden hacer decantar definitivamente el balance, hacia pérdida y denudación.
El macizo es eminentemente rocoso. Sin suelo no hay vegetación evolucionada. La observación general del macizo revela que en las alturas la erosión es muy activa, sobre todo en las vertientes de gran amplitud y mayor pendiente. El efecto desecante de los vientos es, en zonas elevadas, un factor más a tener en cuenta.
Sin embargo, el potencial del substrato: los componentes de los sedimentos finos, es importante.
Y algo más: en esas lomas de conglomerados no se pasa sencillamente de la desnudez al vestido; se pasa al satén, al terciopelo. Si se observa el suelo de esos manchones de rebollos se puede ver un suelo arcilloso bastante bien desarrollado, puesto que, al fin y al cabo, en el mismo lugar está su fábrica, en las plásticas arcillas del conglomerado que actúan, siguiendo el paralelo de la misma imagen, con la energía y la virtud del azúcar del turrón de Alicante.
Claro que, en medio de esto, no se pueden olvidar las cicatrices, el gobierno esencial de la vegetación en los macizos conglomeráticos. Las imágenes aéreas revelan con gran claridad que el desarrollo de la vegetación se produce a partir de las diaclasas, que actúan de verdaderos gérmenes forestales; pero en las lomas de roca cerrada habría que considerar algo diferente, como lo expuesto en estas notas.
Vamos, que, por lo dicho, creo que la desnudez del macizo es más artificio: usos y explotación desmedidos, que algo propio de la naturaleza del lugar. Al fin y al cabo, en prácticamente todos nuestros paisajes mediterráneos se reconocen, invariablemente, los estragos de algunos sellos, huellas insoslayables y omnipresentes, por doquier, como las del carbón y de la vid.
En las versiones más pobres de esa vegetación exocomofítica ya no hay apenas caméfitos ni geófitos; puede haber suculentas Sedum, salpicando las almohadillas de muscíneas xerófilas, a menudo ornadas con las atractivas estructuras, fruticuloides, de algunos líquenes, Cladonia foliacea, etc.
Costras abrasivas. En un estadío más depauparado encontramos uno de los sellos más curiosos de la vegetación del macizo, las costras negruzcas, a veces azuladas, normalmente resecas, de cianobacterias liquenizadas, en donde creo que abundan los líquenes Collema i las algas -cianobacterias- Nostoc.
También esas costras habría que relacionarlas, directamente, con el tipo de roca y su carácter masivo: muy pronto se puede apreciar, observando los conglomerados, que esas manchas alcanzan mayor desarrollo en los pasadizos por donde discurre la mayor parte del agua de lluvia y, tal vez, allí donde, en su precipitación, esos flujos, en general muy espaciados en el tiempo, adquieren mayor concentración.
Ese estadío merecería, a mi manera de ver, una especial atención -me refiero, al menos, a su estudio-, puesto que de su acción abrasiva sobre las rocas dependen los iniciales procesos edafogenéticos.
Herbáceas conservadoras y ahorradoras. En dirección contraria, de mayor evolución, complejidad y desarrollo de la vegetación, se pasa, más allá de los comófitos, al dominio de los matorrales de fruticosas de semilla, sobre todo jaras y romero. Sin embargo, a menudo en ese tránsito es importante la articulación debida a la acción de algunas cespitosas -Heteropogon, Koeleria, Hyparrhenia- y algunas plantas especiales -Ferula-, que muestran una notable capacidad para retener sedimentos y algo de humedad.
¿Es posible ver si esas comunidades van a pérdida -empobrecimiento- o a ganancia -complejidad? Creo que en general irían a ganancia o recuperación, es decir, aumento del desarrollo periférico de los matorrales, tanto los de matas de semilla –‘brolles’- como los de arbustos cundidores. Sería lo natural, en general, si se atiende al retroceso y desaparición de usos y explotaciones pretéritos, que causaron el desmantelamiento de la vegetación, en especial la establecida en suelos magros, destituibles.
Eso sí, actualmente habría que estudiar el impacto de algunas prácticas, muy recurrentes y establecidas, como el tránsito de bicicletas en zonas rocosas -es más conocido el daño que causan en los caminos de vegetación más desarrollada.
Volvamos al punto del contraste, en un mismo lugar y por tanto en un mismo ambiente, entre desarrollo cerrado de la vegetación y desnudez. ¿Cómo podría interpretarse? Tal vez por avanzada en bloque. Lo que sigue es solo hipotético.
Microtopografia. Esa vegetación de comófitos tendría, como es natural, un componente algo azaroso i inestable: allí donde, muy localmente, las condiciones ambientales permiten que se depositen algunos sedimentos, ya sean transportados o producidos in situ, aunque sean más pequeños que una almuerza, pueden germinar y arraigar los Sedum y algunas matillas primocolonizadoras.
Crecer en islas. En condiciones favorables: poca exposición a factores erosivos destructivos, como viento, pisoteo, etc., al reparo de esa vegetación de carácter precursor, puede desarrollarse mejor el suelo y permitir una evolución mayor de la vegetación.
Pero, lógicamente, esas unidades o células de desarrollo tendrían una evolución radial y un crecimiento a modo de islas, puesto que es en la zona central de cada unidad en donde es mayor la protección y, asimismo, mayor la posibilidad de crecimiento del suelo, condición indispensable para el arraigo de los fanerófitos.
Tal vez eso podría explicar ese crecimiento de la vegetación en unidades, células o manchones, perfectamente definidos.
¿Y el umbral que precipita la desnudez, el desierto? Solo se daría en condiciones desfavorables, allí donde esa vegetación precursora, de suculentas, muscíneas, etc, no puede, en condiciones naturales, avanzar y desplegar un mayor desarrollo. Creo que pueden incidir mucho algunos factores, como, por ejemplo, incendios, períodos de sequía o exposición a erosión eólica, que pueden hacer decantar definitivamente el balance, hacia pérdida y denudación.
El macizo es eminentemente rocoso. Sin suelo no hay vegetación evolucionada. La observación general del macizo revela que en las alturas la erosión es muy activa, sobre todo en las vertientes de gran amplitud y mayor pendiente. El efecto desecante de los vientos es, en zonas elevadas, un factor más a tener en cuenta.
Sin embargo, el potencial del substrato: los componentes de los sedimentos finos, es importante.
Y algo más: en esas lomas de conglomerados no se pasa sencillamente de la desnudez al vestido; se pasa al satén, al terciopelo. Si se observa el suelo de esos manchones de rebollos se puede ver un suelo arcilloso bastante bien desarrollado, puesto que, al fin y al cabo, en el mismo lugar está su fábrica, en las plásticas arcillas del conglomerado que actúan, siguiendo el paralelo de la misma imagen, con la energía y la virtud del azúcar del turrón de Alicante.
Claro que, en medio de esto, no se pueden olvidar las cicatrices, el gobierno esencial de la vegetación en los macizos conglomeráticos. Las imágenes aéreas revelan con gran claridad que el desarrollo de la vegetación se produce a partir de las diaclasas, que actúan de verdaderos gérmenes forestales; pero en las lomas de roca cerrada habría que considerar algo diferente, como lo expuesto en estas notas.
Vamos, que, por lo dicho, creo que la desnudez del macizo es más artificio: usos y explotación desmedidos, que algo propio de la naturaleza del lugar. Al fin y al cabo, en prácticamente todos nuestros paisajes mediterráneos se reconocen, invariablemente, los estragos de algunos sellos, huellas insoslayables y omnipresentes, por doquier, como las del carbón y de la vid.
Cladonia foliacea (Hudson) Willd., común en espacios abiertos y suelos incipientes. Musgos y líquenes son muy importantes en la protección de suelos.
Se reconocen los diferentes estadíos: en las orillas de trasiego, tomillar ralo; le sigue el fruticetum de matas de semilla, jaras y labiadas; luego, más allá, el subarboretum del complejo del encinar, en el cual, a menudo, sobre todo en vertientes soleadas, Arbutus suele tener un papel destacado.
Zona de influencia de un incendio de masa. Se observa bien la progresión forestal, con abundancia del laurifolio Arbutus. A pesar de la carcasa rocosa, los suelos son buenos y aptos para sostener plenamente la vegetación forestal.
En estas notas quiero destacar la importancia del carácter destituible de los suelos, por falta de articulación o estructura, como punto para comprender la polarizada distribución de la vegetación. Tomillar ralo y fruticetum de vuelo progresivo, probablemente acorde con el progresivo desarrollo del suelo.
A menudo los lugares alomados suelen ser espacios de trajín y encuentro, muy anclados en los tiempos, de modo que se completa la ruina edáfica y se compromete, en gran medida, la repoblación natural.
La capacidad de colonización del romero es verdaderamente excepcional; posiblemente la simbiosis que establece con hongos del suelo tenga mucho que ver con ese curioso temperamento, que le permite vivir en las rocas desnudas y hasta en las grietas de peñas aplomadas.
A menudo las matas de semilla prosperan, especialmente, en zonas degradadas, por ejemplo tras los fuegos, que pueden provocar la germinación masiva de romeros, aliagas y jaras. Obsérvese el suelo arcilloso, componente plástico de los conglomerados poligénicos del macizo.
Matorral con numerosos pies de Cistus albidus muertos. Las plantas xerófilas soportan bien la sequía, pero lo que plana en el territorio ya es algo diferente: una magrez general y un agostamiento mortal que se extiende como mancha de aceite.
Las pieles resecas de la jaras están arrebozadas de líquenes cenicientos, como este Physcia sp., con estructuras que subrayan el aspecto funerario del matorral.
La superficie lisa de los guijarros aparece manchada, a menudo, por abundantes líquenes saxícolas, de color y ralea muy variados.
Un rasgo del macizo es la variedad en la naturaleza de los guijarros: calizas, pizarras, granitos, areniscas, cuarzos... en los suelos se encuentra una variedad asombrosa, muy atractiva, digna de un muestrario seleccionado.
En piedras que aparentan ser silícicas es habitual que aparezca este liquen, salpicado de muchos discos -apotecios-, de aspecto coriáceo, algo lustroso o cobrizo. Xanthoparmelia pulla (Ach.) O. Blanco y compañía.
No hay que desdeñar la acción de estos líquenes de las rocas, que generan y desprenden partículas de roca y cobijan, a menudo, sobre todo los que crean pequeños espacios abrigados, una interesante fáunula de invertebrados. Son un sello del macizo, ya que abundan mucho, manchando piedras y guijarros, posiblemente debido a la diversidad de su naturaleza.
Juniperus phoenicea en plena floración. Los conos de esta cupresácea fueron el motivo de una pequeña antografía, de publicación reciente en este espacio.
Los conglomerados dominantes en el macizo, de tonalidades rojizas, están atravesados por cuatro niveles de conglomerados calcáreos, como las rocas de la imagen, que dan formas aplomadas. Son rocas que se comportan de un modo muy diferente, respecto de los niveles arcillosos y arenosos; en las rocas calcáreas prospera una flora asociada a las grietas, que son nichos ecológicos particulares, receptores de sedimentos de remoción, agua corriente, etc.
Un mundo marginal, marcado por los carbonatos, que nada tiene que ver, o casi nada, con los expuesto en este capítulo.
En la penumbra de los rincones de las rocas calcáreas algo húmedas arraiga el endemismo Ramonda myconi.
Barcelona
Texto y fotografías: Ⓒ Romà Rigol Muxart